El perdón

El perdón

El perdón

Hace poco escribí un artículo sobre la gratitud y sus bondades en nuestra vida, cuando le consagras unos minutos en tu día a día.

Hoy quiero dedicarle este espacio a otra de esas prácticas que cuando la incluyes en tu plan de crecimiento personal/espiritual vas apreciando con el paso del tiempo la magia que encierra en sí: el perdón.

El perdón, el acto de Perdonar es la generosidad que supone renunciar a obtener compensación por una ofensa, sin conservar rencor alguno con el autor del agravio.

Hacerlo cuanto antes con alguien que te ha herido ya sea con palabras o con hechos, es lo más sabio y acertado que puedas hacer para ante todo tu propio bien, ya que es liberador y sanador.

El perdón requiere renunciar a tu resentimiento, tristeza, ira, impotencia, deseo de venganza, a todo aquello que te mantiene aprisionado en la cárcel del pasado y de tus sentimientos negativos relacionados con la ofensa.

Estas son emociones perniciosas para tu felicidad, para tu salud psíquica y física pues no olvides el tremendo impacto nefasto que tienen en tu organismo. Estas pocas que acabo de enumerar encierran la innegable capacidad de alterar todo el equilibrio interno de los mecanismos de tu cuerpo contrariamente a cuando sientes paz y amor en tu corazón, dos sentimientos que mantienen en simbiosis tu “microcosmos”.

Una vez leí por ahí: “albergar odio en tu corazón es como tomar pequeñas dosis de veneno esperando que se muera el otro”. Esta frase lo ilustra a la perfección. Sin contar que estás prolongando un sufrimiento innecesario. El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.

Ahora bien, debemos reconocer que no todos nosotros tenemos el don de el perdón. No todos llegamos a perdonar con la misma facilidad y rapidez, de ahí que sea cuanto menos necesario respetar los procesos de cada cual y no forzar ni tan siquiera sugerir a alguien que perdone a su ofensor.

Según los rasgos de personalidad esbozados por la psicología, los optimistas y sociables tienen mayor inclinación a perdonar, sin embargo, las personas inseguras, desconfiadas y egocéntricas “encajan” mucho peor las ofensas y son más refractarias a la hora de ceder al perdón.

Es razonable evaluar que perdonar no implica “borrón y cuenta nueva”. ¡Alto ahí! quien haya dicho que si perdonas tienes que olvidar el agravio que te hayan causado, está lanzando una advertencia a la ligera.

Ahora bien, yo pienso que hay distintos grados de afrenta, unas menos dolorosas y por lo tanto más fáciles de “relativizar” y que sí pueden ser “sepultadas” para siempre, pero señores, hay otras que hasta al más santo le cuesta restarles importancia.

Una cosa es que alguien te tilde de algo que para nada te corresponde y con la intención de perjudicarte en un momento dado y otra muy distinta es que te lleguen a agredir simple y llanamente porque en un coloquio tu interlocutor discrepa de tu opinión, por poner un ejemplo.

O que un ser querido tuyo recurra a alguna triquiñuela para lastimarte aún sin ser plenamente consciente de la envergadura que su malintencionado acto pueda adquirir en un futuro.

En verdad, creo que este es uno de los casos que más nos reta a la hora de otorgar el perdón: tener que aceptar que un ser que te es valioso te haya clavado el puñal en la espalda, una traición.

Sí, esto sí es uno de los grandes retos y te lo digo porque yo misma me he visto envuelta en algo así cuando apenas estaba estrenando la adultez, a manos de una prima mía que adoro y a quien considero como hermana.

Su canallada me dolió y mucho, al punto de negarle mi saludo y mi atención por un par de años hasta que el cariño que siempre le tuve pudo más que mi resentimiento con ella y hasta que entendí que su actuación errada conmigo no había sido si no, el resultado de sus inseguridades en aquel entonces. Fueron dos años en que la extrañé y el tiempo suficiente para tomar consciencia de que ambas estábamos sufriendo, yo por la pena de haber sido “su víctima” y ella por no atreverse a expresarme su arrepentimiento.

Lo curioso es que retomamos nuestra relación familiar, pero sin que ninguna de las dos jamás hablásemos de lo sucedido ni tampoco ella tuviera la valentía de pedirme perdón.

No obstante, mi corazón estaba en paz con ella. De aquel episodio saqué la conclusión que, tal vez el perdón no tiene por qué ser obligatoriamente formulado en voz alta, solo expresado a través los sentimientos. Los negativos desaparecen y los positivos retoman su lugar.

Una infidelidad por parte de tu pareja es otro de esos grandes desafíos a la hora de conceder el indulto. Supongo aquí, todo dependa de las circunstancias de la infidelidad, ¡aunque nada lo justifique eh! no se me malinterprete.

No sé, casi mejor no me aventuro en este tema pues uno tiene que vivirlo en carne propia para valorar cuáles serán las decisiones por tomar. Es delicado, sí. Solo el nivel de compromiso y amor que la pareja se tenga podrá dictar la resolución del dilema.

Nuestros progenitores. Casi todos tenemos algo que perdonarles, pues ellos lo han hecho todo lo mejor que han sabido y podido, pero cuántos no hemos sido damnificados por una educación que bien a menudo ha ido en contra de nuestros intereses, bienestar y derechos como nuevos seres humanos en este plano.

No ha sido mi caso, pero cuántas historias se escuchan contar de personas que han tenido que someter su voluntad a unos dominantes padres que ya desde edad temprana les tenían el futuro bien trazado. “Estudiarás medicina porque así tiene que ser” (ejemplo).

Tengo 2 casos en mi familia, aunque no medicina, pero cursaron derecho para corresponder con el deseo de quienes mandaban sobre ellos desde su llegada al mundo y como no han sabido o no se han atrevido a contradecirlos hoy son abogados. Siempre me he preguntado cuáles serían realmente sus anhelos personales y propósito de vida no cumplido. Nunca lo sabré.

Yo pertenezco al clan de los “achicados”, “arrinconados”, “criticados”. A esos que aún de adultos la voz de su padre o madre (inclusive ambos) resuena en sus cabezas con las típicas frases paralizantes del estilo: “tú no vales para eso”.

Sí, las palabras tienen una carga energética que cala honda y más aún cuando son repetidas una y otra vez a lo largo de los años, a un cerebro que carece de la suficiente madurez para poder discernir. Y vas creciendo con la firme convicción de que no sirves, de que naciste sin aptitudes comparado con otros, sin ningún don que te permita resaltar.

Hacer las paces con nuestros padres por la educación equivocada que nos han dado es otra de esas dificultades a la hora de perdonar, porque son un par de décadas, cuando no más, las que pasamos bajo su batuta, órdenes, imposiciones, a veces castigos injustos, ya sin entrar por supuesto en asuntos muchísimo más graves como puedan ser malos tratos físicos o incesto.

Crímenes cometidos con total impunidad en la intimidad de su hogar. Pero ya que estamos, la cuestión aquí es: “es posible llegar a perdonar un horror de este calibre?”. Si lo es, ¿cómo lo hago?

Con toda honestidad, en semejante circunstancia, mejor será recurrir a la experiencia de un profesional experto en la materia, que sepa cómo encaminar a esa alma desagarrada para que pueda encontrar algo de alivio y luz en su oscuridad.

Las mejores herramientas hasta donde yo sé, siendo la hipnosis, psicoanálisis, tal vez terapias transgeneracionales tipo constelaciones familiares, entendiendo que el recorrido es largo, lento y penoso.

Para agilizar este trabajo con el consejero uno podría por su lado, en sus momentos de silencio realizar un trabajo en soledad, quizá aprendiendo a meditar sobre la práctica del perdón, descargar los sentimientos negativos apresados en uno, plasmándolos en una hoja en blanco. Escribir tiene un indiscutible efecto terapéutico.

“¿Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” dijo el Maestro Jesús, no es así? A mi modo de ver, TODOS en algún momento de nuestras vidas hemos o causaremos algún daño a alguien, aún sin ser intencional. ¿Cuántas veces hemos herido, con una simple palabra o actitud de desdén a un semejante nuestro?

Porque somos humanos y en nuestra perfección existen ciertos fallos que debemos aceptar como intrínsecos a nuestro género, pero no por ello obviarlos. Es nuestra obligación hacer todo cuánto está en nuestras manos para corregir esos defectos, al igual que lo hacemos con cualquier máquina que nos llega impecable de fábrica pero que con el paso del tiempo muestra algún desperfecto y ha de ser reparado.

Es recomendable practicar la empatía porque del mismo modo que el otro solicita aceptemos sus disculpas por su mal comportamiento igualmente podemos nosotros en un momento dado estar en su misma coyuntura. No, nadie estamos libres de “pecado”, de herir a otros y si nos observásemos con suma atención nos daríamos cuenta de que lo hacemos con más frecuencia de la que en verdad somos conscientes.

Dirijamos ahora nuestra mirada a otro tipo de perdón. ¿Qué hay del perdón a uno mismo? ¿Acaso no tenemos nada por lo que arrepentirnos de nuestras acciones pasadas con nuestro propio ser?

Por cómo he maltratado mi cuerpo, por ejemplo, sometiéndolo a pequeñas torturas continuas como abusar de su joven robustez, restarle su merecido descanso, envenenarlo a bajas dosis con mala comida u otras sustancias más nocivas aún que el alimento chatarra.

Malos hábitos que me han llevado a padecer en el presente una serie de dolencias o enfermedades. ¿No consideras esto también un perjuicio a un ser viviente o sea TU? Esto no es todo, hay daños de otra índole como la falta de amor propio, baja autoestima, sentimiento de culpa, vergüenza, autosabotaje, menospreciarte por pensar que no sirves, no vales, no puedes, vivir en los miedos que te atemorizan y ni siquiera pruebas a enfrentarlos para ver qué hay al otro lado.

Sí, te estás infligiendo una tremenda tortura que solamente el perdón propio podría detener y abrir las puertas a la curación de tu alma porque con semejante vejación a ti mismo ya no hablamos de enfermedad física o mental si no de ultraje a tu espíritu.

El auto perdón, se trabaja del mismo modo que lo haces con los demás, es decir, liberando toda esa negatividad que te corroe por dentro, soltando, dejando ir tu pasado para enriquecer tu presente y esforzarte en rediseñar el mejor prototipo de tu futuro TÚ.

¿Y cómo? igual que puse más arriba, meditar sobre la forma de arrepentirte de tu antiguo comportamiento para después hallar la manera de enmendar el daño auto ocasionado. O, ponerte a redactar todo lo que vaya surgiendo.

Y ya puestos, por qué no quemar, una vez finalizada la redacción, ¿esa hoja donde has estampado tu sentir respecto a tu mal actuar pretérito? ya que te estás liberando del pasado para asegurarte de que no volverá, ¡conviértelo en humo! Ese humo se eleva, sube hacia lo más alto hasta desvanecerse y no dejar rastro. Así es como tienes que tú visualizar el lastre que estabas arrastrando, disipándose para dar paso a lo nuevo, a una vida sin rencores, pesadumbre, disgustos, ni malvivir.

No quiero terminar sin antes dedicarle un pequeño párrafo a esas personas que han sufrido vejaciones a manos de verdugos desalmados, monstruos, seres diabólicos como siempre han existido en el “bajo mundo” y lamentablemente siguen ahí, arruinando muchas vidas sin que sus víctimas puedan hallar consuelo alguno.

Hablo de asesinos o violadores. Antes mencioné la empatía, tener esa rara habilidad de ponerse en la piel del otro para tal vez lograr entender la razón de sus actos, pero debo admitir que en estos casos es harto difícil recurrir a ella.

¿Cómo lograr entender a un psicópata? a una mente poseída por el mismo demonio, alguien sin ningún tipo de escrúpulos, incapaz de sentir el dolor ajeno ni la más mínima compasión, mentes enfermas que ni tan siquiera un tratamiento psiquiátrico pudiera enderezar.

Se puede alcanzar a hacer las paces (en tu corazón se entiende) con un criminal que te haya arrebatado algo tan preciado como un hijo/a, o cualquier otro ser querido tuyo? ¿Se le puede perdonar a un violador? Supongo que si no se logra llegar al perdón al menos por el bien de uno mismo y permitir que semejante herida vaya cicatrizando de a poco es de vital importancia buscar “consolación” en una justicia que pueda restituir el equilibrio perdido.

Es entendible y legítimo permitirle a esa víctima que exprese su deseo de revancha, de odio hacia el bárbaro, de desearle que pase por el mismo martirio que ella está experimentando. Pero una vez atenuada la sed de venganza se ha de poner el destino de ese individuo en manos del sistema judicial que, aunque no siempre funcione todo lo bien que los ciudadanos quisiéramos, vivimos en un Estado de Derecho y hasta los más infames personajes tienen ellos también derecho a ser juzgados ante un tribunal donde les sea sentenciada una pena acorde al grado de la agresión perpetrada.

Son múltiples los crímenes cuyos castigos dictaminados no han estado a la altura del delito cometido, rozando la ridiculez cuando no la sinrazón que suman al damnificado en otro sentimiento más de rabia e impotencia por tal atropello y falta de consideración por el juez que decreta el veredicto.

¿Cuál sería pues el siguiente paso? no deteniendo en nuestras manos el poder de resarcirnos y tomar la justicia por nuestra cuenta, solo nos queda recurrir a nuestro potencial interior y sin buscar respuestas que nunca nos serán reveladas mejor pacificarse uno mismo y como dije antes, encontrar aliento en otras personas que hayan sufrido lo mismo que tú, en grupos de apoyo a las víctimas, técnicas de crecimiento espiritual, terapias adecuadas etc.

El perdón es el poder que detiene el humano en sus manos para aligerar un pasado plomizo y vivir un presente más amable mientras edifica los cimientos de su futuro.
El pasado es irreversible, lo que sucedió atrás se queda y el camino en esta vida es de sentido único, sin posibilidad de retroceder para modificarlo. “Todo sucede por algo” dicen. Es difícil entender tal afirmación cuando alguien se encuentra sumido en el duelo, la amargura y congoja, pero también dicen que “el tiempo lo suaviza todo”. Darse por lo tanto el tiempo para que las llagas se vayan cerrando y la sanación se haga paulatinamente, conservando la esperanza y la fe sabiendo que la vida no solo está hecha de espinas.

Namasté.

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Ana Fernandez

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